Se esbozan ya los primeros rostros,
somnolientos, presurosos, mecánicos,
sobre las calles de buenos aires.
Aún la oscuridad de la noche
envuelve la ciudad; y a lo lejos,
entre los altos edificios,
pareciera clarear lentamente.
El frío invernal obliga al abrigo seguro,
y el paso veloz. al calor pasajero.
El aroma a café mañanero
y a facturas recién horneadas
proporciona un deleite fugaz.
Entre ruidos de vehículos que frenan,
de vajillas que chocan
de tacos y voces fugitivas,
marcha el trabajador a paso firme
rumbo a su labor.
Los acordes de un tango gardeliano
acompañan momentáneamente su andar
y como recogidos, ensimismados,
pero concientes de su deber,
van desapareciendo apremiados
cada cual a su tarea;
el obrero a su fábrica,
el vendedor a su negocio,
el maestro a su colegio.
Todo es simpleza pura;
nada hace suponer de entretelones corruptos
cuando el humano marcha con la frente alta.
Es la hora de la inocente responsabilidad
del gentil ciudadano;
de los rostros diáfanos,
sin malicia; de las mentes francas,
del derecho y el placer de sentirse útil.
Carlos Alberto Badaracco
3/2/96
(REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL N° 779760)
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martes, 15 de septiembre de 2009
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