martes, 15 de septiembre de 2009

LA MIRADA PUESTA EN EL CIELO

Dicen que mirando el cielo
las estrellas titilan sin consuelo.
Dicen que al querer contemplarlas,
el llanto se concentra en las pupilas;
que la luz triste que irradian
empalidecen sin querer las miradas.
Los rostros se encienden sin brillo
y el cabello moreno ya no reluce.
Dicen que es tan grande el desvelo
que nada es alegre en el cielo,
se producen cataclismos de locura,
se requiebran los poemas sensibleros
y la pasión más sublime se acongoja.
Sin embargo, dicen que,
cuando aparece la Luna
se produce en el cielo un cambio grande.
Las estrellas otrora tan apagadas
de belleza se visten esperanzadas,
el cariño florece nuevamente
y el resplandor del cabello enamora.
Dicen que ya no hay
porque buscar al amor
pues se despliega por doquier,
y en medio de este clamor,
la luz del sol se va asomando,
y cuando ello acontece
la belleza del cielo es tan sublime,
que la luz contagia su alegría,
y es entonces cuando la gracia del día
se va propagando por el paisaje más florido.
Ahora sí, podemos hablar de amor intenso,
de amor propenso a las más locas tentaciones,
no reconoce límites recortados;
el sentimiento es tan vehemente
que surgen los poemas más elocuentes,
poemas de amor tan presentes
que la misma vida desconoce.
El Sol y la Luna se enamoran,
y las estrellas sólo brillan con alegría
cuando ellos aparecen en el cielo,
porque irradian el amor que se profesan

CARLOS A. BADARACCO
11/03/09
(REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL N° 779760)
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