viernes, 11 de diciembre de 2009

LA CAIDA DE UN ROMÁNTICO

No puedo avanzar más allá de lo que siento,
la congoja me persigue y me acorrala.
Me dicen, “no debes caer” y sin embargo caigo
y caigo, en lo más profundo del abismo.
El mar, ¡ay el mar!
Siento límites y depresión,
pareciera que la pasión por vivir
se me fuera disipando,
que no pienso y no vivo, y ya no suspiro.
Reniego del tormento de sentirme acorralado.
La nada me llama y me proclama.
Mis metas, sin consuelo, indican próximo mi final.
No acato los alientos, porque no llegan a mi alma,
estoy sumido en el descontrol.
El mar, ¡ay el mar!
Mis deseos son otros, pero no llego a contenerlos,
es más fuerte mi desazón.
A veces levanto mi espíritu al cielo
y trato de rescatar el consuelo,
de sentirme alentado por una ilusión.
siquiera lo sublime me conforta
pero en mi alma hay vacío y dolor;
también el dolor me acosa desde dentro,
es superior a mí y nada lo evita, nada lo detiene.
El mar, ¡ay el mar!
Hoy siento esa depresión terrible,
devoradora, inquisidora, vandálica,
detesto la compasión, pido comprensión.
pues libera y disipa mi desaliento.
Mi vida se termina y los poemas son mi desahogo,
sólo escribo para liberar mis sufrimientos.
Créanme, es lo que siento, se debe interpretar,
hoy estoy vacío, comprendan mi dolor.
El mar, ¡hay el mar!
También Alfonsina sintió pesadumbre,
el mar temperó su dolor;
quizás si tomara su mano y extasiara mi padecer
podría buscar en las profundidades
el amor que sentí y que ya no recibo más.
Ella fue mi guía, mi inspiración.
Avizoro otro futuro, lo veo, lo presiento,
distingo su presencia, está y no está,
acaso con el tiempo valore su intensidad

CARLOS A. BADARACCO
14/08/09
(REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL N° 779760)

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